Por Horacio R. Granero*
Sabemos que si le preguntamos a nuestro teléfono celular la distancia de la Tierra a la Luna, muy probablemente nos entregue la respuesta, o si deseamos traducir un texto, basta solicitar uno de los tantos programas que existen gratis en Internet y obtendremos una versión lo suficientemente aceptable para entender su significado, y hasta si deseamos jugar una partida de ajedrez, no nos debe preocupar si la computadora nos genera un jaque mate más rápido de lo que pensábamos.
Sin darnos cuenta, en todos estos casos estamos utilizando programas de Inteligencia Artificial (IA) incluidos en los equipos que estamos acostumbrados a utilizar cotidianamente, sin que nos asombre, por ejemplo, que el procesador de la palabra con el que redactamos un escrito o un contrato nos indique, muy cortésmente, que habíamos cometido un error ortográfico, o directamente lo corrija, o lo que ocurre en los celulares, indique la siguiente palabra que muy probablemente deseaba incorporar al texto. Atrás de todo este panorama que para nosotros parece mágico y para los jóvenes, obvio, muchos años de inversión financiera y desarrollo de ingenieros de sistemas con lenguajes que van mejorando día a día, como es el caso de los traductores de texto que “aprenden” a medida que los vamos utilizando.
La IA no es otra cosa que un programa capaz de efectuar inferencias de diversos tipos, lógicos, estadísticos y una combinación de ambos, la inferencia estadística, que se basa en matemáticas de muy alto nivel, calculando y ajustando automáticamente datos. Para ello cuenta con algoritmos -secuencia de instrucciones que llevan a cabo una serie de procesos para dar respuesta a determinados problemas- y diversos procedimientos, como las denominadas redes neuronales que intentan emular el modo de conocimiento que desarrolla nuestro cerebro.
El auge actual de la IA se da, principalmente por la conjunción de tres circunstancias críticas que se dieron simultánea y recientemente en el universo de la tecnología: primero, la potencia de procesamiento de la computadora aumentó de 103 hasta 107, luego costo del almacenamiento de datos se redujo de 12.4 dólares por GB a 0.004 dólares por GB y, por último, hubo un crecimiento astronómico de datos. Pensemos que GPT-3, por ejemplo, el sistema de IA más moderno diseñado hasta la fecha, desarrollado por la empresa de Elon Musk en Agosto 2020, realiza 175.000 millones de iteraciones de datos en forma casi instantánea.
En otras palabras, ahora estamos en una época en la que es fácil aprovechar la potencia de la computadora para participar en el desarrollo de sistemas, es relativamente barato su uso, hay una enorme cantidad de datos a nuestro alcance y muchos de esos datos -en algunos casos- ya están pre procesados para su utilización.
La pregunta es si los abogados podemos aplicar esta tecnología en nuestro provecho, y si corremos peligro que nos reemplace en nuestra labor profesional. Ciertamente son cada vez más amplios los campos en que la IA estará presente en el campo jurídico, quizás primordialmente en la denominada herramientas de analítica predictiva, como ser las que analizarán los precedente judiciales dictados hasta el presente, y donde se ingresarán los problemas específicos de un caso –incluidos, por ejemplo, factores como el tribunal asignado- y proporcionarán una predicción de los resultados probables.
¿Esto significa que los abogados tendremos menos trabajo?, no, seguramente será diferente. El trabajo pesado que tradicionalmente realizan los abogados noveles de los estudios ya está desapareciendo con los sistemas de IA como los mencionados y, seguramente, desaparecerá casi por completo. Sin embargo, contrariamente a los pesimistas de la futura existencia de la profesión legal, los abogados aún tendrán roles vitales que desempeñar, roles que serán diferentes y más refinados que en el pasado. Los abogados del futuro proporcionarán por lo menos cuatro funciones básicas que la inteligencia artificial no puede proporcionar –al menos por ahora- capacidad de juicio, empatía con el cliente, creatividad de las soluciones a adoptar y adaptabilidad a las circunstancia de cada caso, entre otras.
En otras palabras, los abogados proporcionarán la última milla de entrega de soluciones. Para tomar un ejemplo simple: supongamos que una herramienta de análisis predictivo le dice al usuario que en un caso determinado ante un juez identificado en una jurisdicción en particular, la probabilidad de un resultado exitoso es del 60%. Esa predicción en realidad no le dice al abogado o al cliente lo que el cliente debería hacer en realidad, es decir, si el cliente debería proceder o no. Eso requiere que un abogado use su propio juicio para asesorar al cliente, usando la comprensión del abogado de las necesidades del cliente (empatía), en qué camino elegir. Los abogados del futuro necesitarán una comprensión íntima y continua de cómo identificar y utilizar las soluciones de IA para satisfacer las necesidades de sus clientes sabiendo evaluar las fortalezas y debilidades relativas de determinadas soluciones.
Y eso hará que los clientes paguen gustosos nuestros honorarios, lo que no es poco.
* Doctor en Ciencias Jurídicas. Co-fundador y Presidente de Albrematica, empresa de innovación tecnológica legal de amplia trayectoria con marcas como elDial.com. Creador y líder de Sherlock Legal, la división dedicada a la Inteligencia Artificial Aplicada.